Mucho se ha escrito sobre el tema diciendo lo que hay que evitar; pero pocas son las veces que hablamos sobre el remedio definitivo para combatir abusos, agresión y todo tipo de acoso entre los seres humanos. La vacuna contra la violencia es la empatía, que es es la habilidad de ver desde la perspectiva de otros y es la esencia de la inteligencia social. Nos permite entender lo que los demás sienten, piensan e imaginan como si camináramos en sus zapatos.
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Los científicos han demostrado que los niños que desarrollan empatía son más felices, tienen mejores relaciones sociales, son mucho más resistentes ante el estrés y tienen mejor desempeño académico.
Lo que ha sucedido en las últimas décadas es que la sociedad le ha dado mayor valor a la competencia y a la individualidad olvidando que para que la empatía se dé, se deben cumplir dos etapas:
- Reconocimiento: capacidad de distinguir lo que otro puede sentir o pensar
- Respuesta: reacción ante el otro
Si te preguntas cómo hacer a tu hijo empático porque te has dado cuenta que dice lo que siente sin importar lo que piensen los demás, no te asustes, es normal en los niños y conforme vaya creciendo entenderá mejor qué decir y callar en ciertas circunstancias. La buena noticia es que desde el nacimiento, tu bebé trae en su cerebro el equipaje necesario para desarrollarla gracias a las neuronas.

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Los seres humanos podemos sentir lo que los demás mediante las “neuronas espejo”, que son las que permiten simular sentimientos e imitar reflejando lo que vemos en los otros. Es gracias a ellas que lloramos al ver una película triste o que sentimos ansias cuando vemos a alguien rascar un pizarrón o debilidad al ver sangre.
La empatía en todas sus formas debe ser motivada y cultivada en el mundo interno del niño para que se convierta en un adulto sensible y responsable de su conducta ante los demás.
¿Qué tienes que hacer entonces?
- Darle el ejemplo al ser empático no solo con los extraños sino con él mismo
- Permitirle expresarse, no solo sus puntos de vista sino sus sentimientos
- Ponerle atención y cuidado cuando te quiera decir algo
- Animarlo y ayudarlo a expresar sus sentimientos (una buena manera es hablando de los tuyos)
- Aceptar sus sentimientos aunque no aceptes su conducta (“entiendo tu enojo pero no me gustan los berrinches”)
- Hacerle preguntas para entender mejor lo que quiere expresar
- Cuestionarle lo que pueden sentir los otros
- Ubicarlo de manera imaginaria en la situación del otro
- Pedirle que piense en las veces que él o ella se ha sentido así
- “Cacharlo” portándose bien; es decir, felicitarlo cada vez que tenga una conducta de interés por el otro, generosidad o ayuda. Cuando incluya al niño apartado o comparta sus dulces o tome en cuenta lo que otro niño siente o quiere
Hoy los padres más allá de amenazas o privaciones, tienen que trabajar ejercitando nuestra empatía y la de los niños. Necesitamos que ellos aprendan a ponerse “en los zapatos de los demás” para que se protejan entre sí, se toleren y sobre todo, se consideren.