Estamos festejándolos, así como a todo lo que traen a nuestras vidas. Ellos son fascinantes porque son seres completos, así es, aunque es posible que suene a contradicción porque solemos pensar que alguien que acaba de nacer o que no ha llegado a la mayoría de edad no está completo. Pero si observamos, nos daremos cuenta que viven la vida como hay que vivirla. En ese sentido son completos. No tienen complejos, necesidad de mentir, defenderse, ni el deseo de ser alguien más; son felices. Se dedican exclusivamente a aprender y crecer, es lo que más les emociona, es su motor. ¿No es maravilloso?
Viven el presente, no se atormentan por el mañana. Creo que cuando dicen que los hijos vienen a enseñarnos, es para eso, para que nos demos cuenta de cómo hay que vivir. Poseen completa libertad; sólo hay que ver cómo se mueven por la vida y lo entenderemos: siempre tratando de descubrir y con absoluta curiosidad. ¿No deberíamos nosotras regresar a eso? La vida se volvería mucho más excitante.
Descubrir es otro de los aspectos que podemos imitar. Podríamos retomar el increíble momento en el que hacemos contacto visual: sentir al otro y ver con ojos nuevos lo que hay en el mundo todos los días.
Su forma de comunicarse es increíble: sin palabras, logran pedir y dar lo que quieren. Hacen que su voz se escuche. ¿Cuánto sufrimos nosotras por no saber pedir?
Descansan y se regeneran, se dan su espacio para hacerlo, a diferencia de los adultos quienes siempre nos estamos justificando cuando no dormimos ni nos damos el tiempo para regenerar nuestro cuerpo y pensamientos.
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Crecen porque es imperativo, es parte de la naturaleza el evolucionar constantemente. Ellos lo saben mejor que nosotros.
